A la memoria rural

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Había dejado expresado en el capítulo anterior el deseo de intentar averiguar el motivo de la donación que Riglos hiciera a Manuel de la Cruz con tan buenas consecuencias; que si encontraba respuestas continuaría este relato.

Y así, la búsqueda de la escritura de esa donación me acerca al Archivo General de la Nación.
Es indudable que la categoría de este archivo y sus antiquísmimas documentaciones sorprenden a cualquiera.

Un lugar venerable que me superó.
Ni mis ojos, ni mi tiempo parecieron estar en condiciones de enfrentar la lectura de caligrafías tan entrañables.   Pero alguien ayudó.

Liliana Crespi, una de sus encargadas, me puso en comunicación telefónica con un joven investigador que conocía la historia de Riglos y mucho más allá, casi de memoria.

En veinte minutos me remontó hasta 1598, ésto es, a sólo 18 años de la fundación por Garay de Buenos Aires.
Prometió más adelante, una vez finalizada su tesis, concederme un encuentro donde extender algún tema que pudiera interesarme. A este joven, Carlos Birocco, le debemos la información que sigue.

El motivo de la donación fue al parecer, una forma de agradecimiento por los servicios en la cobranza de arrendamientos en tierras de Riglos; tan vastas, que sólo en esta zona tomaban 12 mil varas de frente sobre el Río Luján, hasta las suertes del Reconquista. Suertes que también le cabían en igual ancho, del otro lado del Luján. Tierras bautizadas por los pilotos de Garay como "Valle del Espíritu Santo".

El mismo Manuel de la Cruz era arrendatario de Riglos.

Riglos provenía de Tudela, Navarra. Y esta gran heredad le venía de su primera mujer. Él la incrementó.

En 1713 lo alcanza desventura. Un desafortunado giro en las relaciones comerciales de España no sólo le impidieron proseguir sus negocios con Inglaterra, sino que adicionalmente lo abismaron.

Escapando de sus acreedores económicos y políticos, quien había sido el ciudadano más rico de estas latitudes, termina en 1713 refugiándose en la Compañía de Jesús; falleciendo allí  en 1719.

Habíase casado en segundas nupcias con Leocadia Torres de Gaete, con la que tiene una hija, Leocadia. Y luego, en terceras nupcias, con Josefa Rosa de Alvarado, con quien tiene dos hijos, Miguel José y Marcos José.

Su primera esposa, Gregoria Silveira Goubea, a los 40 años esposa al joven Riglos de tan sólo 24. Gregoria era hija de Isabel Cabral de Alpoín y de Antonio Silveira Goubea. Y a su vez ésta, hija de Amador Báez de Alpoín.

Este hombre, descendiente de portugueses afincados en las Azores, llega a estas tierras en 1598 en la comitiva de Diego Valdéz de La Banda.

Por sus servicios a la corona en la lucha contra los charrúas, en la hoy provincia de Entre Ríos, recibe  merced en tierras, que luego acrecentadas por sus hijos y yernos, son éstas de las que hoy hablamos.

De Manuel de la Cruz, a quien Riglos hiciera en 1712 su donación, ya tenemos noticias en 1695 participando una donación para el altar de San Martín de Tours en la Catedral de Nuestra Señora de los Buenos Aires.

Algo de su descendencia ya hemos hablado. Y por el mismo Birocco nos enteramos, que otra lugareña vinculada a este mismo tronco, Doña Eugenia Tapia de Cruz, fue fundadora de Belén de Escobar.

¡Cuántas huellas comunes llenas de donación en esta larguísima tradición familiar!
Profunda fortuna a lo largo de casi cuatro siglos.

Siglos que doblan a los de nuestra propia nación. Y sin duda la fundan.

¿Y cuántas operaciones de compra-venta? Al menos en la estrecha porción de mi parcela, muy pocas.

¡Y cuántas donaciones, cuántas heredades, cuántos usos sostenidos, cuánta memoria atesorada!

¿Dónde está la entidad de este tesoro? ¿Es acaso metálico?

¿Cómo traducirlo en algo concreto, que impida alojarlo en un olvido o en un bolsillo más?

Estos fantasmas aún hoy aportan mucho de su identidad a la nuestra;
y bien me parece que nos damos poca cuenta.

¿Alguien se acordará dentro de cien años con afecto de nosotros por la forma en que vivimos nuestro presente más inmediato?

Ellos lo lograron.

Francisco Javier de Amorrortu

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