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Oba y la cueva de Baltzola

1500 generaciones de cazadores. Eitzaga: el lugar de la caza

300 generaciones de hortelanos. Amorrortu: el huerto del Amor

Estos dos apellidos estuvieron unidos durante al menos tres generaciones.

Y estas cuevas a 1800 m al Sur del caserío que reconocí en el año 2000, son las que hoy mueven estos relatos.

Hace 40.000 años dió comienzo la última glaciación máxima que reconoce, al menos en Europa, descensos térmicos extremos de entre 15 y 25 grados, alcanzando en el Sur del Báltico la masa de hielo una altura de aprox 500 m; superando en el Norte los 2.500 m.

Al geólogo ruso Pavel Dolukanov debemos los mapas de Europa en este largo período que obligó a todos los pueblos europeos a migrar al entonces fértil Sahara. Planos realizados merced a 25 muestras de polen del paleolítico.

Los únicos pueblos que permanecieron fueron los samis y lapones que descendieron aprox unos 1500 km al Sur para ocupar las tierras de los ucranianos que migraron al Sur; y los vascos que permanecieron en sus terruños; acreditando en la enorme concentración de su paquete genético, el aislamiento extraordinario de este pueblo en esos 32.000 años.

Estos aspectos vinieron acreditados por los estudios de Ornella Semino, a cargo del área de genética de la Universidad de Pavía y de Luigi Lucca Cavalli Sforza, Padre de la biodiversidad y a cargo del Genome Research Institute de Stanford. Trabajos publicados por la revista Science en Noviembre del año 2000.

Sirvan estas imágenes para imaginar el hábitat de estos ancestros.

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No es el culto de la tradición lo que genera esta particular fecundidad. Así como no son las políticas de conservacionismo las que generan la protección vital de los patrimonios.

Sino el amor de la mujer bien apreciado en todas sus fuentes: las trascendentes y las intangibles inmanentes. Que así apreciadas también regalan oportuna y discreta conciencia de nuestras inmanencias.

Este siglo, merced a la genética, alcanzarán espíritus a nuestra conciencia, nociones nunca imaginadas de elemental reconocimiento de nuestras múltiples constituciones ancestrales individuales.

Pero será siempre el amor de la pareja lo que permitirá a través del
espíritu de la mujer, ver fecundadas las relaciones de nuestras siempre ocultas inmanencias.

Este ocultamiento es de rigor. Y la base que hace posible abrirnos al amor vincular.

Ocultamiento que no significa olvido; sino callado respeto para dejar paso al reconocimiento de la dote de inmanencias que alcanza la mujer con su amor a trascender.

Son los descuidos de estas inmanencias provocados por antiguas lesiones sembradas en nuestras ancestralidades, las que desde su amor propio hacen invitación a los desiertos donde un día los reconocemos.

Tareas dependientes del amor humano para reparación. Que incluso son transferidas por la misma separada mujer al hombre; para que éste alcance con amoroso esfuerzo, en otra pareja, su valoración.

Fenómenos profundos que reconocen un día todas las heredades.
Limites de aprecio que sembrados en cultura, reclaman a veces los más contrastados vientos del amor en sus orígenes, para llevar a cabo estas tardías misiones de amor.

Textos extraídos de La trascendencia de las inmanencias

Francisco Javier de Eitzaga Amorrortu, 8 de Enero del 2005

 

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