Esta imagen a la que Ud. ha vinculado refiere de una obra de 500 toneladas realizada en solitario desde Agosto de 1990 hasta Abril de 1998. Su nombre: “la casa de mis abuelos”.

Nunca conoció un plano. Por eso salió toda “torcida”.

Recuerdo un día a medio camino de su gestación haber recibido la visita del simpatiquísimo Arq. Rodolfo Livingston, quien con su natural gracia, viendo todo ese entrevero de paredes curvas y sin las escuadras convencionales - aun su techo estaba ausente – me pregunta: “Francisco...estás seguro que esto cierra”.

La gracia de Rodolfo es inolvidable y por ello me gusta recordarlo.

Cuando trabajo, el ánimo con que trabajo es mi natural y única garantía de lo que hago. Me daría muchísimo fastidio tener que dejar congelada la alegría de las aplicaciones regaladas de creatividad que a diario recibo, por seguir un plano.
Esta es una obra que no reclama demasiadas prevenciones estructurales, otras que las que están a la vista de cualquiera que ama lo que hace desde el primer día que empieza a soñar.
De hecho, si hiciera planos o presupuestos, dada mi pobreza y mi locura, quedaría congelado mi aliento viendo concretamente el esfuerzo interminable que me consumirá hacer lo que estoy imaginando, y saldría disparando a un siquiatra a que me protegiera de mi propio aliento, bien propio de locos.

Sé proyectar. Pero no debo. Sería mortal para mis auxiliares espirituales y para mis cimientos, que aspiran que los quiera y reconozca por la diaria atención que regalan a mis alientos y esfuerzos.
En ese marco de confianza que ha crecido sin cesar, allí vivo y opero con las elementales herramientas que cualquiera de ellos sin duda ha conocido en su tiempo.

Por esa confianza en mis alientos no sentí de Rodolfo sino gracia.
La gracia de ver a un hombre con sobrada experiencia en consideración de proyectos y sus relaciones, que necesitó volver unos años más tarde para verificar en qué había quedado esa confianza.
Prometió entonces escribir un libro.

Me ha gustado siempre recordar un par de cosas respecto de las voces “arquitecto” y su originaria “arjeticto”.

Sin planos ni presupuestos, así construían maravillosos desconocidos hasta entrados en el siglo X los pequeños templos románicos que aun valoramos.
Y de aquí deviene, en forma bien ganada y coherente, el nombre de estos actores masculinos como “arquitectos”.
Recalco lo de “masculinos”, pues es su misión, estructurar; a complemento de la “femenina” tarea de acariciar. Por supuesto, una y otra se dan la mano.

Arjé tiene en sus morfemas dos claves. La primera “ar” refiere del estructurar. La misma palabra “arte” refiere de la entidad con estructura o de la estructura de la entidad.
Seguramente, en el espíritu de una mujer, ese mismo morfema apunta a sus caricias.
Habiendo sido la lingüística, al igual que otras vocaciones, por siglo y medio tarea masculina, sólo resta aguardar que enriquezcan ellas sus continentes y sus contenidos.

“jé”, en adición, refiere desde su matriz interjeccional, de lo admirable.

“Ticto” por su parte, era una de las dos formas con que los griegos en tiempos de Homero llamaban al Trabajo. La otra era “Poieo”.

Pero “Ticto” nos trae en su matriz onomatopéyica la preciosa adición de los sonidos de sus herramientas.
Esas herramientas, a través de la memoria de estas consideraciones de lingüística histórica, aun nos hablan de su repiquetear sobre las piedras.

Así entonces, por sostener las herramientas afectivas de los arquitectos primigenios me complazco en ellos.
A este carácter” van mis ilustraciones.

Amor al Huerto


El caserío de mis abuelos

"Ocultas tras las palabras se conservan eternas formas de humana y medular anunciación; pautas y paradigmas de psíquica significación.
El Dios y las Diosas son allí nombradas.

En busca de la historia de las palabras (el relato de sus mitos), uno adentra, cual si fuera la primera vez en plena conciencia, la evolución medular de lo anunciado.

Etimologías que lucen como terapias diferenciando lo que es profundo y colectivamente inconciente.

Una etimología puede potenciando así, relevar las represiones de fantasías sobreracionalizadas, proveyendo nuevos y compensatorios recursos, en sentidos tan profundos como los sueños".

David Miller

Volver al Home                               anterior